Por: Ramón Ramón
La reputación se ha convertido en uno de los activos más importantes en el escenario político. Sobre todo, desde que otros ámbitos como los partidos e instituciones han perdido capacidad representativa. Por lo tanto, es común que los ciudadanos busquen identificarse más con líderes que encarnen sus valores y aspiraciones, que con ideas abstractas como el Estado; o con grupos y/o movimientos políticos.
En un contexto altamente competitivo y mediático como el actual, la reputación de la imagen pública experimenta un alto y constante grado de vulnerabilidad ante la opinión pública. Una interpretación, una declaración desafortunada o un escándalo pueden desencadenar una crisis de reputación que ponga fin a una carrera política en cuestión de horas.
En este artículo, exploraremos los factores que desencadenan estas crisis y las estrategias más efectivas para gestionarlas.
Cómo identificar una crisis de reputación
En un entorno plagado por canales de difusión e información de alto impacto, o de una cobertura mediática intensa, no siempre amistosa. La imagen política de cualquier figura pública se enfrenta a una cantidad importante de desafíos.
Desde una mala interpretación sobre el contenido de una publicación en redes sociales. Pasando por una cobertura mediática negativa por parte de grandes medios no afines a su proyecto político; o una política pública incómoda para sectores de poder. Hasta escándalos personales y controversias en torno a determinadas crisis o coyunturas.
En cualquiera de esos casos, la imagen y marca personal de un político(a) se enfrenta a situaciones en las que su credibilidad, confianza y reputación se ven socavados. Afectando gravemente su nivel de popularidad, y propiciando el aumento de una percepción negativa por parte de la ciudadanía.
¿Cuándo hablamos de una crisis de reputación o imagen?
Una crisis de reputación se hace evidente cuando aspectos como la aprobación de la ciudadanía disminuye, y las críticas negativas en medios de comunicación y otros canales de difusión se expanden.
En estas circunstancias, y de no actuarse congruentemente para detener un proceso que perfectamente puede tener el efecto “bola de nieve”. Una figura política podría enfrentarse a costos tan altos para su carrera o campaña, como la pérdida de confianza y afinidad ciudadana, falta de influencia en su entorno político, o pésimos resultados electorales.
Afortunadamente, una crisis de reputación puede prevenirse y gestionarse antes de tener que enfrentar este tipo de consecuencias. Veamos qué estrategias o herramientas puede desarrollar un equipo de campaña o asesoría política, para evitar un nefasto desenlace.
5 Estrategias para afrontar una crisis de reputación política
La gestión de una crisis de reputación exige un enfoque estratégico y multidisciplinar. Esto implica coordinar y combinar cuidadosamente, la comunicación proactiva, directa y transparente, con el análisis de la opinión pública. Y, por último, con un refuerzo activo de la imagen y marca personal.
Para ello, es preciso contar con un equipo de trabajo que pueda actuar en diferentes frentes de forma paralela y responder ante eventuales situaciones de forma coordinada y coherente. Igualmente, será importante tener la capacidad de analizar el contexto, los rivales, y aprender de experiencias pasadas, tanto propias como ajenas.
Veamos qué hacer en cada uno de estos aspectos y cómo evitar al máximo un impacto negativo de las crisis.
1. Comunicación activa y transparente
En la sociedad digital y de la información, una crisis de reputación es, fundamentalmente, una crisis mediática. Por lo tanto, uno de los grandes focos de su gestión debe centrarse en los mensajes y la comunicación eficaz con la ciudadanía.
Al respecto, es vital que, ante las críticas, escándalos, señalamientos u otros ataques mediáticos, la comunicación e interacción con la audiencia y los medios se mantenga activa. Procurando demostrar apertura al debate público desde la honestidad, transparencia y coherencia.
Asumir esta postura, ayudará a reforzar una imagen de confianza y profesionalismo. En paralelo, es fundamental que los mensajes, o lo que se dice, sea congruente con la imagen construida del candidato o personaje público. Es decir, los mensajes y el estilo en que se aborde en el debate, deben reflejar de forma auténtica los valores y creencias del individuo. La coherencia, siempre, debe ser lo primero.
Por último, para que los esfuerzos sean efectivos, más allá de lo que se dice, se deberá cuidar el cómo se dice. Esto es, la comunicación no verbal, el tono y los símbolos o imágenes empleadas para dinamizar los mensajes
2. Respuesta eficaz a las críticas
Como figura pública, un político(a), difícilmente podrá ser inmune a las críticas. Mucho menos en contextos de tensión, crisis generalizadas o escándalos. Por lo tanto, la forma en cómo se responde a los ataques, definitivamente marcará la diferencia.
Desde una perspectiva democrática, la manera más profesional de moderar el peso de los ataques es respondiendo a ellos de forma tranquila y elocuente. Partiendo de su reconocimiento y del valor del interlocutor(es); pero, sin justificarlos o enmarcarse en ellos. Esto impulsará la percepción de que el político(a) está por encima de las críticas y no al contrario.
Luego de asumir un rol interactivo y abierto, hay que enfocarse en explotar los puntos que le sean favorables dentro del debate. Y rebatir aquellos contrarios, mediante datos, información de respaldo, o una lectura asertiva del contexto y emociones políticas.
3. Aprovechamiento de los canales de comunicación
Los medios de comunicación y plataformas digitales son fundamentales dentro de una crisis de reputación. Al ser estos los principales canales donde se inicia y expande la crisis, la estrategia de gestión para enfrentarla, también debe enfocarse en ellos.
Ya sea para difundir las estrategias comunicativas que apunten a revertir el problema y reconectar con la ciudadanía. O bien, para captar la atención de otras audiencias afines o desinformadas. Estos canales son centrales en el manejo de la crisis.
Por ejemplo, en una crisis, las redes sociales se convierten en un arma de doble sentido. Ya que, si bien pueden contribuir a agudizarla, también son una excelente herramienta para ayudar a revertirla. La razón es la agilidad en la comunicación, y la posibilidad para difundir mensajes directos y segmentados que conecten de forma más efectiva con diferentes capas de la ciudadanía.
Por otra parte, los medios de comunicación, por lo general, encargados de posicionar la agenda mediática y de influir directamente en la opinión pública, son igualmente decisivos. En efecto, es fundamental, incluso a modo preventivo, sostener una relación cordial y activa con ellos. Priorizando, preferiblemente, el contacto con líderes de opinión y otras figuras que tengan poder de resonancia en las audiencias.
4. Monitoreo continuo de la opinión pública
La opinión pública juega un papel central en la formación de la percepción sobre una figura pública. En consecuencia, es básicamente el termómetro que define la profundidad de la crisis, y quien otorga o deniega su confianza en un contexto de controversia determinado.
Es por esto que, incluso antes de que surja una posible crisis de imagen, la opinión pública debe ser objeto de seguimiento y análisis constante. Dicho análisis debe enfocarse en los principales debates de cada momento, la percepción sobre hechos y problemas, la imagen de otros contrincantes. E incluso, el espectro de emociones y tendencias predominantes.
Considerar todos estos elementos en conjunto, y ajustar la estrategia comunicativa al dinamismo de este actor, puede contribuir a prevenir crisis de reputación. Así como a manejar de una forma más efectiva y exitosa una crisis ya desatada.
Para ello, suelen emplearse herramientas como software de seguimiento de medios, donde se revisa, en tiempo real, la información proveniente de diferentes medios de comunicación. Partiendo de esto, se analizan sentimientos y percepciones preponderantes, así como temas clave o cómo es el desempeño de rivales.
5. Imagen y marca personal
En el ámbito público, estos son dos aspectos que jamás deben descuidarse o dejar de nutrirse. Bien sea a lo largo de una campaña política, posterior a ella, o incluso cuando el político(a) ha sido elegido, el refuerzo de la imagen pública es primordial.
Esto pasa, primero, por mantener una comunicación activa con el electorado o la ciudadanía en general, desde un enfoque en el que prevalezca la confianza, cercanía y empatía. Y segundo, por una gestión de la reputación activa, que responda de forma rápida y estratégica a factores como: una cobertura mediática adversa, un clima político tenso o rivales en constante ataque.
Pese a los obstáculos, las figuras políticas pueden trabajar en una imagen sólida, manteniendo una comunicación proactiva, pero también, tomando el control de su propia narrativa y mensaje. Y, en definitiva, manteniendo una postura abierta, transparente y receptiva de las necesidades e inquietudes ciudadanas.
En definitiva, la era digital ha impuesto una dinámica en la que la gestión de la reputación se ha convertido en un desafío constante para los políticos y sus equipos. Sin lugar a dudas, las crisis pueden surgir de manera inesperada y amplificarse rápidamente en las redes sociales y otros medios.
Por lo tanto, para navegar en este entorno complejo, los políticos deben priorizar un enfoque estratégico, y estar preparados para adaptarse a las nuevas tecnologías y tendencias cambiantes. La capacidad de construir y proteger una marca personal sólida, será un factor determinante para el éxito en la política. Más que nunca, este proceso debe estar basado en una comunicación e imagen coherente, transparente y proactiva.