La estrategia de la saturación de información, la preferida de Trump y AMLO

 

Por Helios Ruíz

En política, la comunicación es poder. No solo se trata de qué se dice, sino de cuánto, cuándo y cómo se dice. En la era de la inmediatez y la hiperconectividad, algunos líderes han perfeccionado el arte de inundar el espacio público con información a un ritmo que deja a sus adversarios sin tiempo para reaccionar estratégicamente. Es la estrategia de la saturación informativa: decir tanto y tan rápido que la oposición, los medios y hasta la ciudadanía no puedan procesarlo todo.

Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador han sido dos de los grandes exponentes de esta táctica. Cada uno a su manera, ambos entendieron que en el campo de la comunicación política, el control de la agenda es clave. Y qué mejor manera de hacerlo que inundando el debate público con declaraciones, decretos, polémicas y anuncios que desbordan la capacidad de respuesta de los demás.

La lógica detrás de esta estrategia es sencilla pero efectiva: cuando el adversario se enfoca en analizar, desmentir o reaccionar a una declaración o acción, el líder ya ha lanzado la siguiente. En un mundo donde el ciclo noticioso es cada vez más corto y el consumo de información es fragmentado, esto genera dos efectos clave:

1. Desorientación de los opositores: Mientras los críticos intentan descifrar y desmenuzar el impacto de una medida, ya hay otras diez en camino. Esto les impide estructurar una narrativa coherente y responder de manera efectiva.

2. Control del discurso público: Quien habla más y genera más temas de conversación tiene la ventaja de imponer la agenda. Esto permite que los asuntos incómodos queden opacados por nuevas controversias o anuncios impactantes.

Un ejemplo claro de esto lo vimos en los primeros días de la administración de Donald Trump. Firmaba decretos y hacía declaraciones a un ritmo vertiginoso, manteniendo a los medios ya la oposición en un estado constante de reacción. López Obrador, por su parte, utilizó sus conferencias matutinas como un mecanismo de control narrativo. Cuando un tema se volvió incómodo, bastaba con lanzar otro asunto que acaparara los titulares del día.

Desde un punto de vista táctico, la saturación de información puede ser una herramienta poderosa. Obliga a los adversarios a jugar a la defensiva, genera la percepción de liderazgo activo y refuerza la idea de que el gobernante está en control de la agenda.

Sin embargo, esta estrategia tiene riesgos. Primero, puede desgastar la confianza de la ciudadanía. Si la gente percibe que se está manipulando la conversación para evitar rendir cuentas, el efecto puede volverse contraproducente. Segundo, puede generar un clima de incertidumbre e inestabilidad. Cuando hay demasiada información circulando, la sociedad puede terminar desconectándose o perdiendo interés en diferenciar qué es importante y qué es solo parte de la distracción.

Para quienes buscan gobernar con responsabilidad y credibilidad, la pregunta clave es: ¿cómo enfrentar la estrategia de la saturación sin caer en su juego?

Enfocarse en lo esencial: No es posible responder a todo. Los líderes que quieran contrarrestar esta estrategia deben priorizar los temas realmente importantes y no perder energía en cada provocación.

Controlar el ritmo de la respuesta: En lugar de reaccionar de inmediato a cada declaración o medida, es más efectivo establecer tiempos de respuesta estratégicas que permitan analizar con profundidad y comunicar con claridad.

Construir una narrativa propia : La mejor defensa contra la saturación es tener una agenda clara y comunicarla de manera consistente. Si un líder define sus propios temas prioritarios, es menos probable que quede atrapado en el juego de las distracciones.

La saturación de información es una táctica poderosa, pero no infalible. Su éxito depende en gran medida de la reacción de los actores políticos y de la ciudadanía. En un mundo donde el ruido es constante, la clave para la buena comunicación política no es hablar más, sino hablar mejor.


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