El régimen de Bashar al Assad cae tras cinco décadas de dominio familiar en Siria

 
Internacional

Este domingo marcó el dramático colapso del régimen de Bashar al Assad en Siria, cerrando un capítulo de casi 14 años de lucha por mantenerse en el poder en medio de una devastadora guerra civil que fragmentó el país y lo convirtió en un campo de batalla para intereses regionales y globales.

Rusia confirmó la dimisión de Al Assad y su salida del país, mientras las fuerzas rebeldes celebraban lo que denominaron “el fin de 50 años de opresión y 13 de crímenes y desplazamiento forzado”. Este desenlace pone fin a más de medio siglo de dominio de la familia Assad, dejando al país sumido en una profunda incertidumbre política y social.

El desenlace se produjo tras una ofensiva relámpago de los grupos de oposición, respaldada por la creciente inestabilidad de los aliados tradicionales del régimen, como Rusia e Irán, que enfrentan sus propios desafíos geopolíticos. Las fuerzas gubernamentales se desmoronaron rápidamente, y la capital, Damasco, cayó en manos de los insurgentes.

Assad llegó al poder en 2000 tras la muerte de su padre, Hafez al Assad, quien gobernó Siria con puño de hierro durante tres décadas. Aunque inicialmente visto como un posible reformador, Bashar adoptó medidas represivas para sofocar las protestas que surgieron en 2011 en el contexto de la Primavera Árabe. Su régimen fue acusado de crímenes de guerra, tortura y ejecuciones extrajudiciales, además de bombardeos indiscriminados sobre áreas civiles.

La guerra civil, que ha dejado cerca de 500,000 muertos y desplazado a más de la mitad de la población siria, también provocó una crisis migratoria sin precedentes, con millones de refugiados que buscaron asilo en países vecinos y Europa.

La caída de Assad cierra un periodo de más de cinco décadas de dominio autoritario, pero no ofrece claridad sobre el futuro del país. Sin un sucesor evidente, Siria enfrenta el reto de reconstruirse en un contexto de profundas divisiones étnicas, religiosas y políticas.

El primer ministro interino, Mohammed Ghazi Jalali, se comprometió a trabajar con las fuerzas de oposición para facilitar una transición pacífica. Sin embargo, los desafíos son abrumadores, desde la estabilización política hasta la reconstrucción económica y social.

La dinastía Assad consolidó su poder a través de una combinación de represión, alianzas estratégicas con Irán y Rusia, y un discurso de resistencia antioccidental. Hafez al Assad, el patriarca, utilizó el nacionalismo árabe como base ideológica, mientras Bashar inicialmente intentó reformas económicas que nunca se tradujeron en apertura política.

Aunque en sus primeros años como líder proyectó una imagen moderna y reformista, el estallido de la guerra civil mostró el rostro implacable de su régimen, que recurrió a tácticas brutales para mantenerse en el poder.

La salida de Assad representa una oportunidad para Siria de iniciar un proceso de reconciliación y reconstrucción. No obstante, las divisiones internas y las dinámicas de poder entre las potencias involucradas en el conflicto complicarán cualquier esfuerzo por lograr una paz duradera. Este evento histórico pone fin a un régimen, pero también deja al país enfrentando enormes incertidumbres sobre su futuro.

Fuente: Infobae

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