Como estrategas políticos, no hay nada que justifique nuestro trabajo si no es ganar elecciones.
Campañas “cool” van y vienen; nuestro objetivo es ganar y punto.
¿Ganar a cualquier costo? No, por supuesto. Como todo en la vida, siempre habrá límites legales y éticos. Afortunadamente no tenemos que matar, mentir, ni robar para ganar elecciones, solamente, trabajar de manera profesional: investigar, diseñar la estrategia, contar una historia, planificar la campaña, gestionarla, producir y difundir contenidos de calidad.
Las campañas se crean pensado y se ganan haciendo. De eso va mi modelo Estrategia emocional, que parte de la definición de una propuesta de valor para, en torno a ella, desarrollar una estrategia ganadora, capaz de conectar con las emociones de las y los electores, despertando una verdadera conciencia colectiva. Un flechazo desde la razón directo al corazón.
Toda idea capaz de despertar una emoción proviene de la razón. No se disocian ni entran en conflicto; coexisten y se complementan.
Lo primero que debemos hacer antes de iniciar la campaña es analizar quiénes somos y contra quién competimos. Si hacemos bien nuestra labor de investigación, difícilmente le haríamos su campaña a un pillo o delincuente. No importa cuánto nos pague, tengamos siempre un propósito más alto, servir a la política para que la política sirva a las personas, así encontraremos las motivaciones correctas para hacer la mejor campaña, conectar con la gente, inspirarla, cautivarla y llevarla a las urnas convencida de votar por la mejor opción, la nuestra.
Para poder vibrar a la misma sintonía de un pueblo entero, es preciso conocerlo, entenderlo y adentrarnos en sus sentimientos, respetar su idiosincracia y defender sus intereses. Esto solo es posible a través del estudio, la escucha, la investigación y, muy especialmente, la cercanía.
Así surgirá la propuesta de valor que nos distinga de las otras opciones y devendrá en la estrategia que nos guíe a la victoria.
Ya sea de cambio o continuidad, contención o contraste, la estrategia implica un poco de todo, la clave está en articularla e implementarla en función de nuestros objetivos, el tiempo, el espacio, la propuesta, el mensaje, el discurso, la agenda, el contexto y la coyuntura; sin olvidar que competimos con otros equipos, sus aciertos y nuestros errores.
Por eso debemos definir claramente ante el electorado aquello que nos hace mejores frente a nuestros opositores, honestidad, experiencia, cercanía o nuestra capacidad para mejorar su seguridad, salud y economía.
Contrario a lo que algunos ingenuos sostienen, el cambio siempre estará latente, por lo que debemos encarnarlo antes que nadie, aun siendo gobierno. La gente elige cambio no parálisis; el cambio es una constante, es movimiento y vida.
Han habido campañas pidiendo no votar por el cambio y ya sabemos en qué terminaron. La analogía a la que asistimos es la de quien preferiría que sus hijos no crecieran. ¡Vaya tontería!
Aunque modesta y discreta, nuestra tarea consiste en ayudar a pocos a cambiar la vida de muchos. Por eso hay que evocar y abrazar el cambio.
Una vez entendido este fin superior, haremos todo lo necesario por alcanzarlo y entregarnos en cuerpo y alma a su realización, dejando la vida en ello. Ganar una elección va más allá de premios y reconocimiento público; se trata de la vida, la paz, la familia, la justicia, la salud, el bienestar y el futuro de millones, incluyéndote a ti y a quienes amas, por eso hay que tomárselo en serio, prepararse y comprometerse de verdad, sin dar cabida a la improvisación y la arrogancia, mucho menos a la charlatanería, aunque sobran quienes han hecho de ella su despreciable oficio y aquellos que sucumben ante sus disparates, mentiras y burdos engaños, pagando tarde o temprano las consecuencias de su ingenuidad con la triste realidad de la derrota.
Las elecciones se pierden cuando no se sabe a dónde ir; por falta de conocimiento y experiencia; cuando campean la arrogancia y la soberbia o todo a la vez.
Para ser consultor se requiere total compromiso, inteligencia
emocional y distancia crítica; desapego y ausencia de protagonismo. Si no eres candidato, y tampoco estratega, asume tu rol con dignidad y cúmplelo a cabalidad, cualquiera que sea, coordinador, vocero, encuestador, entrenador, diseñador, productor, repartidor, brigadista o activista digital.
No digas lo que no sabes ni te hagas pasar por lo que no eres. No copies, no plagies y jamás te cuelgues campañas ni triunfos ajenos.
Construye tu camino a base de estudio, trabajo y resultados; gana conocimiento, gana experiencia, gana respeto y entonces ganarás elecciones, prestigio y, con él, más elecciones. En pocas palabras:
¡Ganar y punto!