En la Matrix política se explicó todo el proceso que transforma a una persona en candidato, desde que toma la decisión de involucrarse en la vida política hasta que es elegido en una elección (o no).
Gobernicar continúa ese proceso de transformación. En este caso, se trata de la continuidad en la construcción del poder luego de que el ganador de una elección comienza a cumplir su mandato.
Ese proceso comienza en el momento exacto en que se anuncia la victoria y no tiene fecha de vencimiento. El consenso popular, arcilla del poder, puede durar horas, meses, una gestión entera o nada. Todo depende de lo que ese líder haga, diga y actúe.
En ese minuto vertiginoso que sucede al éxito de una campaña, se desmoronan las promesas y se vencen los plazos de esta. Lo que se dijo, hizo y prometió ya no importa. Llegó el momento de gobernar. De hacer.
Ahí es donde el kamasutra del poder despliega las mil y una posiciones que el ganador de una elección encontrará en cada una de las etapas y los desafíos de su gobernanza. Posiciones que refrendarán su popularidad frente a los que lo votaron, a los que no lo votaron, a sus seguidores y a su propio equipo de gestión.
Será el momento de poner a prueba la destreza, la intuición y el conocimiento para que cada una de las posturas que adopte legitime y fortalezca su liderazgo.
El ejercicio del poder nunca es llano y, mucho menos, calmo. Y sobre ese terreno, sometido a inclemencias de la oposición, del contexto, del encuadre y de la narrativa, tendrá que agilizar y agudizar el instinto para gobernar. Esto implica creatividad y acción, la capacidad de adaptarse a distintos escenarios, a crisis, a escándalos y a presiones en forma permanente e intensiva.
La respuesta ante cada uno de los estímulos implica elegir qué posición y camino tomar para ser eficiente con los recursos disponibles.
Con ese espíritu nació Gobernicar. El kamasutra del poder, que sintetiza la acción pura de gobernar. Un nombre que apela a la fusión de dos conceptos vitales: el uso del poder (gobernar) y la necesidad de interactuar (comunicar). De esa unión nació gobernicar. Un neologismo que sintetiza el rol que el ganador de una elección tiene por delante, cuando, tras la victoria en las urnas, abandona el traje de “candidato” y se viste con el de “gobierno”.
El arte de gobernicar es el arte de transformar las promesas en hechos. Que todo lo que se dijo en campaña no decepcione en la práctica, porque la competencia es mucha y los exámenes se toman todos los días.
No es, vale aclarar, un examen de si cumple o no las promesas de campaña. No, eso ya queda superado en el instante mismo del triunfo. Se trata de construir un nuevo relato, sólido, que dé respuestas a los votantes y a los que se sientan convocados por el discurso, que transmita seguridad y genere expectativas para trabajar por un futuro mejor y posible. Es la comunicación y el ejercicio de un proyecto político que se cristaliza día a día, con cada decisión que se asuma. Un gobierno que se apoya y se dirige a sus votantes y a aquellos dispuestos a sumarse al proyecto y, así, ampliar la ba- se de sustentación en la opinión pública.
Por esa razón, convertido en una actualización del kamasutra, pero del poder, este es un libro que se abre con enseñanzas, fórmulas, tips y descripciones para que esa nueva carrera —la de gobierno— sea transformadora, exitosa e inolvidable. Y con el menor margen de error posible.
Al fin y al cabo, el poder es, también, una expresión de la naturaleza humana. Es la confirmación taxativa de que aquel que gana una elección parte de un deseo profundo de involucrarse con el ciudadano también, sobre todo desde lo emocional.