Por: @OrlandoGoncal
La semana pasada, Adela Domínguez, joven española de 26 años, escribió una carta publicada en el diario El País. En apenas unos párrafos desnuda una cruda realidad que se viene agravando en los últimos 20 años.
Escribe Adela: “Acabo de cumplir 26 años y debo volver a vivir con mis padres. Tras tres años sobreviviendo al alquiler de un bajo interior de 50 metros cuadrados en Madrid con mi pareja, nos hemos cansado de pedir ayuda para llegar a fin de mes tras la imprudencia de salir a cenar un día. Tenemos que leer que somos unos egoístas, que no queremos formar una familia. El dedo acusatorio siempre apunta a mi generación, pero nadie piensa en por qué no nos casamos, por qué no compramos casas, por qué no tenemos hijos. ¿Realmente es mío el fracaso o es de una sociedad donde cada vez es más difícil iniciar un proyecto de vida?”.
Realidad impactante que no es nueva. Distintos informes y fuentes a lo largo de más de una década han venido alertando sobre el aumento de las desigualdades, el incremento de la brecha entre ricos y pobres, y, sobre todo, el rezago de los salarios frente a la inflación.
A principios de año, la Organización Internacional Trabajo (OIT) publicó un el informe anual sobre el mercado de trabajo mundial, titulado -Perspectivas Sociales y del Empleo en el Mundo-: Tendencias 2024 , en el cual confirma la afirmación anterior.
Señala el mencionado informe que: “Pese a la reducción del desempleo y al crecimiento positivo del empleo, los salarios reales disminuyeron en la mayoría de los países del G20, porque las subidas salariales no lograron contrarrestar el aumento de la inflación”, y agrega: “Se vislumbra un panorama sombrío a medida que la policrisis quebranta la justicia social”.
Tal como lo señala Adela, al referirse al deterioro de los ingresos de las familias, el informe de la OIT lo confirma diciendo que: “El proceso de devaluación del salario real y el consiguiente descenso del nivel de vida, causado por las elevadas y persistentes tasas de inflación y el encarecimiento de la vivienda, no se compensará a corto plazo”.
Como se dijo al principio, la tendencia en el deterioro de los ingresos de una buena parte de la población en el mundo, aunado a las menores oportunidades, menoscaban la calidad de vida de millones de personas en el planeta.
Otro de los datos que arroja el informe de la OIT es que: “El desempleo juvenil sigue impidiendo acelerar los ajustes estructurales y del mercado de trabajo, especialmente en los países con altas tasas de ninis. Es imprescindible atajar pronto la brecha abierta en este aspecto por la pandemia, impulsando iniciativas de desarrollo de competencias específicas para evitar una mayor erosión de la resiliencia del empleo. No es previsible que las tasas de informalidad sigan mejorando; alrededor del 58 por ciento de la fuerza de trabajo mundial seguirá ocupada de manera informal en 2024. Del mismo modo, persistirá la pobreza laboral”.
Igualmente, señala el informe que la elevada proporción de trabajo informal genera preocupación por la calidad general del empleo, puesto que muchos de esos trabajadores carecen de una protección social y jurídica adecuada.
Con este panorama, la pregunta que se hace Adela es válida, y debería llamar a la reflexión y a la acción de los líderes y organizaciones mundiales.
Cuando Adela se pregunta: “¿Realmente es mío el fracaso o es de una sociedad donde cada vez es más difícil iniciar un proyecto de vida?”. Es claro que la responsabilidad recae en las -gobernanzas-, no en su generación, ni en las que le anteceden ni las que le preceden, solo en los líderes que con todos los avances que ha tenido el mundo moderno en las últimas décadas, resultan vergonzoso e indignantes los resultados de sus administraciones.
De continuar la tendencia peligrosa de las policrisis, se incrementarán los conflictos sociales, la inestabilidad en las gobernanzas, el detrimento de la justicia social, y una mayor fragilidad en la Paz mundial.
Ahora, lo jóvenes no pueden esperar que quienes han originado estas policrisis sean quienes las arreglen. Les toca dar un paso al frente, tomar el liderazgo de comunidades, ciudades, países y organismos internacionales y construir el mundo que sueñan y se merecen, pues nadie lo hará por ellos.