Latinas en la ciencia espacial rompen barreras y buscan normalizar su presencia

 

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Sally Ride pasó a la historia no solo como la primera astronauta estadounidense, sino también por un episodio embarazoso en la NASA. Durante la misión espacial STS-7 en 1983, para su viaje de seis días, le proporcionaron 100 tampones, algo que ella, irritada, señaló que podían haber reducido a la mitad. Este incidente subraya cómo la menstruación y la participación de las mujeres en el espacio eran temas ignorados por los científicos más prestigiosos de la época. Hasta entonces, pocos se habían preguntado cómo afectaría la gravedad al sangrado menstrual o siquiera imaginado que las mujeres explorarían el espacio. No se diseñaban trajes espaciales para ellas ni se hablaba de sus necesidades específicas.

Para muchas ingenieras y científicas espaciales, esta anécdota es un recordatorio de que ninguna institución está exenta de machismo y de que, no hace mucho, apenas se las tenía en cuenta, especialmente a las latinas. Este legado aún resuena en Katherinne Herrera-Jordán, Clara O’Farrell y Sandra Cauffman, tres mujeres latinoamericanas que soñaron con el espacio desde niñas y cuyos estudios han contribuido significativamente al campo.

Aunque el camino es más accesible hoy, el síndrome de impostora persiste, y a menudo les explican cosas que ya saben. Por eso, cuando a Herrera-Jordán le preguntan sobre la consideración hacia las mujeres en el espacio, responde con ironía: “Igual de poco que en la Tierra”. Sin embargo, el feminismo ha logrado avances, y estas pioneras coinciden en que el entorno es menos hostil para las siguientes generaciones. Hoy, las astronautas pueden hablar sobre vuelos espaciales en lugar de preocuparse por su peinado en el espacio, como le pasó a la rusa Elena Serova.

Katherinne Herrera-Jordán descubrió su amor por la ciencia cuando entendió que preguntas que se hacía de niña podían ser respondidas por la física y la química. Sus padres utilizaban artículos científicos y el programa "MythBusters" para responder a sus curiosidades. Ahora, busca respuestas en el laboratorio. Su primer proyecto en Bioquímica y Microbiología fue ambicioso: entender cómo se comportan ciertos microorganismos en el espacio. Con recursos limitados, Herrera-Jordán, junto con el Dr. Luis Zea y Fredy España, creó un simulador de microgravedad a partir de electrodomésticos reciclados, un dispositivo que en el mercado cuesta casi 30.000 dólares. Lo lograron en tres meses y con solo 31 dólares. Este simulador, que comercializa a precios más accesibles, busca democratizar la ciencia espacial.

Gracias a su equipo, Herrera-Jordán apoya investigaciones como las de la Asociación Guatemalteca de Ingeniería y Ciencias Espaciales (Agice), estudiando frijoles nativos que podrían crecer más rápido y absorber más nutrientes en el espacio. Su objetivo es utilizar estos descubrimientos para combatir la desnutrición infantil en Guatemala y alimentar a astronautas o incluso plantar en la Luna.

El currículum de Sandra Cauffman es impresionante. En casi cuatro décadas en la NASA, ha trabajado en numerosos roles, desde corregir el telescopio Hubble en 1991 hasta ser subdirectora de la división de astrofísica de la NASA. Esta costarricense de 62 años administra un presupuesto de 1.500 millones de dólares y siempre ha buscado entender y construir lo que los científicos necesitan. Cauffman destaca que el liderazgo femenino en un sector tan masculinizado es un desafío, y ha aprendido a responder a quienes dudan de sus capacidades. Busca inspirar a las niñas a que vean que también pueden contribuir al espacio.

Uno de sus recuerdos más preciados es la misión Maven, la primera sonda de la NASA en Marte que midió la atmósfera superior y analizó la pérdida de compuestos volátiles. Sus conclusiones subrayan la importancia de proteger la Tierra, nuestro único hogar viable.

Clara O’Farrell, por su parte, pasó cuatro años estudiando medusas para crear robots autónomos submarinos. Nunca imaginó que este conocimiento sería útil para construir paracaídas supersónicos para Marte. Al unirse a la NASA, combinó sus pasiones por la biología marina y la ingeniería espacial. Utilizando bioingeniería, desarrolló el paracaídas supersónico más grande y resistente jamás creado por la NASA, que permitió al rover Perseverance aterrizar en Marte en 2021 y encontrar indicios de vida pasada.

O’Farrell siente la responsabilidad de atraer a más niñas y jóvenes a la ciencia espacial. Los números muestran que su caso es excepcional, y ella trabaja para que esto deje de ser así, asegurando que más mujeres latinas puedan seguir su camino y contribuir al campo espacial.

Fuente: El País

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