Columna
En milésimas de segundo, antes de ser
conscientes de nuestra decisión, el cerebro ya la ha tomado por nosotros. Esto
ocurre tanto en las situaciones más simples, tales como la elección de un
producto en el supermercado, como en las más complejas: votar a un candidato
político en unas elecciones. La inclinación por un político depende no solo de
la valoración de factores históricos, políticos, socioeconómicos y culturales,
sino también de mecanismos cerebrales de toma de decisiones.
Tomar decisiones sobre en quién se puede
confiar es importante para la seguridad y el bienestar de las personas, tanto
individual como grupalmente. Para muchos ciudadanos no siempre está claro a
quién hay que votar, porque en muchos casos la evidencia de la información no
está clara y se desconoce con qué grado de veracidad habla cada candidato. En
elecciones complejas y difíciles, varios estudios internacionales, basados en
experimentos realizados con técnicas de neuroimagen, muestran cómo el cerebro en algunas ocasiones no puede
funcionar de forma racional y entonces es cuando recurre a distintos atajos.
La imagen de los políticos es uno de estos
atajos. La expresividad
emocional y la estructura
del rostro de un candidato son también aspectos clave en
grandes decisiones como estas. El procesamiento
que el cerebro lleva a cabo a partir del rostro de una persona para generar una
atribución de confianza o desconfianza es espontáneo y automático. Implica
estructuras clave de procesamiento de la información emocional, como la
amígdala o la ínsula anterior.
La forma de la boca y de las cejas, por
ejemplo, puede influir. Los rostros con una expresión facial de felicidad, en
los que normalmente se presentan bocas en forma de U y cejas en forma de A,
denotan confianza, mientras que los rostros que muestran una expresión facial
de enojo, con bocas en forma de ∩ y cejas en forma de V, son rostros de los que
tendemos a desconfiar.
En cuanto a las personas que tienen las mejillas poco profundas, la barbilla
amplia, las cejas bajas y la cara ancha, generan menos confianza en los demás.
En el caso de las mujeres, las características estructurales con un arco
superciliar (arco óseo del cráneo situado encima de los ojos) más alto, unos
pómulos más pronunciados y caras estrechas.
Además, la percepción que tenemos cuando vemos por
primera vez el rostro de una persona puede estar afectada por la sensación previa que
hemos tenido al ver las caras de las personas que pertenecen a su grupo.
Así, por ejemplo, la percepción que tenemos de los miembros que forman una
lista electoral puede estar condicionada previamente por la percepción que
tenemos del cabeza de lista. En contextos experimentales, antes de presentar un
rostro neutro -que no muestra ninguna emoción y que no se ha relacionado
previamente con ninguna situación ni negativa ni positiva-, cuando se ha
mostrado de forma subliminal una cara que posee facciones que denotan
desconfianza, los participantes después atribuyen al rostro neutro esta
desconfianza.
Votar por contagio libera la duda
Cuando una persona tiene que hacer una
elección muy difícil y duda de sí misma, mira a su alrededor y como salida de
emergencia termina haciendo lo que hacen los demás. Varios estudios en
neurociencia, psicología experimental y economía del comportamiento muestran que
los vecinos, los amigos, los grupos sociales y las familias votan de forma
similar. El grupo nos
soluciona el problema. Cuando elegir es muy difícil, uno puede,
consciente o inconscientemente, copiar y elegir lo que dicta la norma de
la vecindad. Es más cómodo y encaja con la tendencia del cerebro a la
“vagancia”.
La importancia de las emociones
El neurocientífico Antonio Damasio, en
un acto de presentación de su último libro, El extraño orden de las cosas, apunta que
la gente tiende a despreciar los sentimientos. “La sociedad se ha centrado en
la ciencia y la tecnología, pero la clave de todo está en que somos seres que
sentimos. El resto de cosas, como el intelecto o la visión del mundo, vienen
después”. En la toma
de decisiones se produce una negociación entre la razón y las emociones.
En la elección de un candidato político las emociones nos pueden ayudar o dar
pistas para completar la información que podemos recoger con nuestro
razonamiento sobre aspectos como la base de la ideología o el programa político
del candidato.
Gracias a las asociaciones neuronales, cada
experiencia que tenemos el cerebro la guarda de forma inconsciente en
sensaciones positivas o negativas, y de aprobación o rechazo. Cuando se repite
una situación similar, se
activan estas conexiones cerebrales y ya se produce una reacción intuitiva de
aprobación o no de la situación.
“La lid electoral no se pelea en medios de comunicación,
redes sociales o en la calle, sino también en el cerebro humano”.
@Alberto_Rivera2