Perestroika y Glásnot: El cambio como la única constante en la política mundial | Augusto Hernández

 


Por César Augusto Hernández

Con el reciente fallecimiento de un personaje político y social de clase mundial, como lo fue Михаил Сергеевич Горбачёв o Mijail Sergueievich Gorbachov, último dirigente de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), queda claro que los movimientos políticos y sociales gestados en América Latina y el mundo recientemente, no son tan nuevos como algunos creen.

Gorbachov procedente de una familia campesina rusa de la región del norte del Cáucaso, estudió derecho en la Universidad de Moscú, él, además de ser presidente de la URSS, fundó el Partido Socialdemócrata de Rusia, mismo que lideró hasta 2004. En el año 1990, antes de su dimisión como Presidente, recibió el Premio Nobel de la Paz por la puesta en marcha de sus políticas públicas y su participación más que activa en lograr acabar con la famosa guerra fría.

Pero… ¿qué hizo o aportó Gorbachov a la política mundial?

Lo podemos describir en pocas palabras como un programa de reformas, reformas sustanciales que fueron basadas e impulsadas desde la transparencia y reestructuración o cambio de paradigma –¿qué tan nuevo les parece?-.

La política actual utiliza conceptos como transparencia, rendición de cuentas, cambio, transformación, etc. Pareciera algo nuevo, conceptos recientes y con un sentido de atención a los daños de la corrupción, pero, continuando con la revisión de aportes de Gorbachov, nos encontramos que la glásnost forma parte de los términos políticos rusos usados, aproximadamente en el siglo XVIII –nada nuevo bajo el sol dice mi padre-, para referirse a la transparencia de los asuntos del gobierno. El término fue retomado por Mijaíl Gorvachov en 1985, cuando fungía como Secretario General del Comité Central del Partido Comunista y comenzaba su posicionamiento como disruptivo.

Además de la perestroika (“reestructuración” en ruso), enmarcada en las políticas de uskoréniye (“aceleración”), Gorbachov impulsó la glásnost (“apertura” o “transparencia”), dedicada a reformas políticas. En comparación con la perestroika, que se ocupaba de la reestructuración económica de la Unión Soviética, la glásnost se concentraba en liberalizar el sistema político. En esta, se estipulaban libertades para que los medios de comunicación tuvieran oportunidad para criticar al gobierno y seguridad al hacerlo.

La reestructuración profunda se entendió y denominó perestroika, así Gorvachov pudo describir su programa de reformas, el cual implementó entre 1985 y 1991. Esta reforma es considerada un movimiento que sentó bases de la caída de los restos estalinistas en la región. El concepto o término fue acuñado en la otrora Leningrado –Hoy San Petersburgo-, que fuera el primer viaje de Gorbachov como Secretario General del PCUS (el Partido Comunista de la Unión Soviética), según Olga Zdravomyslova, quien recuerda que el nuevo líder del partido sorprendió con su política abierta charlando con las personas en plena calle, visitando plazas públicas y fábricas, en donde hablaba de la imperiosa necesidad de “acelerar el desarrollo económico”, con la introducción de nuevas tecnologías en la producción y señalando que la representación social debía darse por parte de los políticos, pero que todos, incluso él, debían “transformarse”, es decir, hacer la perestroika.

Hoy cerca de 40 años después del inicio de la perestroika las cosas cambian, en América Latina usan gobiernos la transparencia y transformación como banderas de un “nuevo” ideal, con ello, las masas hastiadas de corrupción se vuelcan en apoyo de lo que consideran “nueva” tendencia de gobierno, pero, mientras en unos espacios la transparencia y transformación son el discurso perfecto, en otros espacios en donde nación en el siglo XVIII y luego renació en 1985, las cosas retoman la línea obtusa y opuesta, tal y como se observa por el informe publicado bajo el patrocinio común de la Fundación Gorbachov y el Comité de Iniciativas Ciudadanas.

El documento dice: La perestroika nada hoy a contracorriente. En 1985 comenzaban a caer los tabúes y aparecían los brotes de lo que sería la glasnost (transparencia informativa). Hoy, el proceso es inverso. Semanas pasadas, mientras los expertos debatían sobre la perestroika, los sitios webs informaban del decreto del presidente, Vladímir Putin, que convierte en secreto de Estado los datos sobre el número de bajas militares en tiempo de paz, lo que se interpreta como un intento de silenciar las cifras de muertos rusos en Ucrania. También se silenciaban en la URSS las cifras de muertos del contingente militar soviético en Afganistán (1979-1989), pero con Gorbachov los medios pudieron hablar de los sufrimientos y las tumbas de los soldados enviados a cumplir una “misión internacionalista”.

La perestroika no fue importada, sino que “maduró” en la sociedad soviética, afirma el documento. “Los reformadores cometieron errores y se equivocaron”, reconoce este, “pero lucharon por la renovación de la vida política y social mediante la transparencia y la democratización, por la construcción de un Estado de derecho, la superación de la herencia del totalitarismo estalinista, la confrontación con el mundo exterior y el fin de la guerra fría”. Los reformadores nunca previeron que la URSS se desintegrara, pero sucedió porque los cambios son ciclos que se abren y cierran, continuos y que no se detienen, para aquellos jóvenes que leen este artículo, deberán saber que la URSS estaba conformada por muchos países, entre los que podemos señalar: Rusia; Ucrania; Bielorrusia; Moldavia; Kazajistán; Kirguistán; Tayikistán; Armenia; Georgia; Letonia; Turkmenistán y más. Aun con su desintegración, Rusia cuenta en la actualidad con una extensión de 17.098.250 kilómetros cuadrados, el equivalente al 10% de la superficie terrestre, pequeños datos que pueden dar una idea básica del poder geopolítico que se atendía con el movimiento perestroika.

Por ello, el documento sostiene que, frente a los valores geoestratégicos tradicionales, el “nuevo pensamiento” daba prioridad a los “valores humanos”. Desde el punto de vista de la “lucha por el liderazgo mundial”, la permisión de unificación de las Alemanias, retirar tropas de los países del Pacto de Varsovia y renunciar a la injerencia sobre Afganistán, se veían como un abandono de posiciones y poder; sin embargo, “desde el punto de vista de la prioridad de los valores humanos universales”, resultaba una “política absolutamente nueva, moderna, realista y racional”.

Hoy existen cambio de gobierno en modelos opuestos o polarizados, los políticos y sus grupos –ya sean de izquierda o derecha- enarbolan reformas sustanciales, todas estas fundadas por los mismos problemas que impulsaron la perestroika  de Gorvachov, que en pocas palabras fueron: “ineficacia y retraso del modelo político, retraso económico y tecnológico, relaciones arcaicas entre Estado y sociedad” por mencionar algunas. Pero, si los términos y conceptos utilizados tienen sus bases en el siglo XVIII, qué tan nuevo es esto-

Mientras se redactan estas líneas, en Italia acaba de ganar el fascismo un siglo después. Giorgia Meloni, identificada como seguidora de Mussolini junto a la coalición de ultraderecha que forma junto al extremista Salvini y al populista Berlusconi han logrado lo impensable por muchos, ganar las elecciones italianas y traer de vuelta 100 años después el fascismo.

Aplicando la misma fórmula ganadora que se ve en países de primer mundo desde D. Trump, la ultraderecha se presentó como alternativa salvadora del desencanto que tiene la sociedad ante el sistema y la clase política, ya que habrá que recordar que sus líderes son multimillonarios excéntricos y con amigos como: Putin, Orban, Abascal y Le Pen. Hoy nuevamente gana la antipolítica, gana la polarización, gana el retorno de políticas anti transparencia y libertad expresiva, hoy gana el pasado y con ello, se demuestra que no hay nada nuevo bajo el sol, que la única constante es el cambio y que quien conoce la historia ya sabe lo que está por venir.

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